Implementar soluciones como una plataforma de automatización del marketing era algo de lo que solían ocuparse los equipos informáticos. Como resultado de su conocimiento experto de la informática, el control presupuestario y de los recursos solo se hacía al final del trabajo. Su tarea consistía exclusivamente en gestionar las complejidades técnicas durante el período de integración de las herramientas en la infraestructura previa. Las suites de aplicaciones eran, por ello, la apuesta más segura, pues ofrecían elementos de por sí compatibles.
La llegada del SaaS fue, en este sentido, un gran alivio, pues los profesionales del marketing dejaron de depender tanto de los informáticos. Estos software no requieren instalación ni mantenimiento, y todas las herramientas son ahora accesibles con un navegador web y una conexión a internet estable.
Es más, gracias al SaaS siempre trabajas con la última versión disponible sin tener que hacer ninguna actualización previa. Como consecuencia, la implementación requiere mucho menos tiempo del que hacía falta antes, lo que aumenta la productividad y reduce eso que se conoce como «Time To First Value», es decir, el tiempo entre que se cierra la venta y se lanzan las primeras acciones. Cuando empezamos, hace ya 20 años, el SaaS era una auténtica revolución. Afortunadamente hoy en día se ha convertido en la norma.